Compartir el dolor

Compartir el dolor

Las palabras blandas son inútiles porque se deshacen. No soportan la medida del dolor y se extinguen como la voluntad primaria, esa de buena intención que mira por la mirilla. El dolor no se cura con palabras; como las promesas, se las lleva el viento…  Es posible aliviarlo a veces, pero solo se obtienen resultados si se comparte. No se trata de dar, sino de compartir verdaderamente.  Solo así nos desprendemos del fantasma del autoconsuelo y la mala conciencia. Job advierte la generosidad de quienes intentan consolarle, pero les hace saber la inutilidad de sus esfuerzos. Compartir es la entraña de la compasión verdadera, el mecanismo que de verdad alivia el peso de quien sufre.  A veces esperamos coherencia de quien sufre y lo que necesita no son razones, sino abrazos. Quizá hablamos mucho de Dios al enfermo y poco a Dios de quien tanto sufre… Compartir el sufrimiento orando. Parece fácil. Ante el enfermo, la presencia de Dios reconfigura la vida y transforma los corazones en la dinámica divina de la caridad. No es Dios generoso, es Padre y ama. Es su oficio, no puede dejar de hacerlo. Amemos nosotros sin palabrería ni excusas, envueltos en la fraternidad gozosa que sirve la Gracia sin medida. César Cid

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