Querido Benito

Querido Benito

Nada podrá borrar el rastro de tu bondad en este mundo, hermano, nada. Puedo imaginar tu alabanza al Padre y su enorme sonrisa al abrazarte, satisfecho de tanto amor como has brindado en su nombre.  Has transformado el sufrimiento en gracia, tras una vida sencilla e intensa, orando el dolor continuamente, abandonado a la providencia y sus misterios. Hoy, busqué tu abrazo tras varios días y  no te encontré. Habías salido a luchar por última vez. Tu oficio ha sido hacer feliz al prójimo, amar sin juzgar. Asumiste la enfermedad desde una fe incontenible y demostraste que la vida es una ocasión para mejorar las que te rodean. Y lo hiciste con una profunda vocación. Queridísimo hermano, me has demostrado que la plenitud del dolor consciente no provoca vacío existencial, sino madurez y plenitud. Creo que la santidad comienza en el olvido de sí mismo y en la mirada del otro.  Has experimentado la verdadera caridad, ese amor simultáneo a Dios y al hermano que ennoblece el corazón en plenitud.  Me quedo con todos los recuerdos que me regalaste y con tu amor a María, quizá la única de quien Leonor puede sentir celos. No encuentro palabras para agradecer tu presencia en nuestras vidas. Y háblale a Jesús de nosotros, que nuestros corazones no dan para tanto y necesitamos más que nunca tus oraciones. César Cid

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