Amor incomparable

Amor incomparable

Te has perdido entre idas y venidas, entre diagnósticos edulcorados y pronósticos incomprensibles. La enfermedad bloquea tus respuestas y el mundo no deja de formularte preguntas; y te sientes aturdida, me dices. Te deterioras según lo previsto y lo adviertes con temor e incertidumbre. Siento que  callas muchas cosas porque no encuentras palabras para decirlas. No importa, no es necesario. Creo que, en el fondo, tu corazón prefiere ir por otro lado, ahora que tu cabeza no es capaz de entender lo que pasa. Y sonríes elevando los hombros, consciente de algunos errores de percepción que cada vez te incomodan menos. ¿Hasta cuando?, me preguntaste. Y yo no respondí. Sonreímos juntos, me despedí y abandoné la habitación con un gran peso por tu pregunta, amiga. Oré para desahogar una sensación pesada que me arrastró desde entonces. Y en la oración sentí que esa pregunta carece realmente de respuesta, y me sentí mejor. Pero Dios me mostró claramente que el problema no está en la respuesta, sino en la pregunta: nadie debería formularla. Acompañar el sufrimiento al final de la vida supone potenciar la vida como el regalo que es, en todo su valor. Aprovechar cada minuto para amar, perdonar y perdonarse, pero sobre todo para encontrarse con Dios y fundirse en su presencia eterna. Solo así  el tiempo deja de importar y el miedo desaparece. Algo hacemos mal cuando una persona que termina su vida siente verdadero miedo. Sé que no leerás este texto, hermana, pero espero que el Señor te regale la certidumbre de un Amor incomparable y viajes en paz, cargada de besos y de abrazos. César Cid

Volver arriba