Trescientos sesenta y cuatro días

Trescientos sesenta y cuatro días

Una vez al año es posible leer la palabra enfermo en mayúsculas: el 11 de febrero. La iglesia celebra un día al año para orar y celebrar por quienes han perdido la salud, en la memoria de La Virgen de Lourdes. No pretendo enmendar tradiciones tan dignas y reconocidas, pero sí expresar cierta indignación al respecto de la compleja satisfacción que acompaña (en ocasiones) dichos fastos, como si estuviera todo hecho, cual alivio de conciencia pobre e inútil. Estoy en contra de magnificar el término y prefiero cultivarlo a su nivel: verbo que define un estado. Y primera persona singular del presente indicativo, es decir, dos formas de declamar que todos enfermaremos y lo haremos en presente. ¿Con qué serenidad prepararemos la Jornada 2018 para que, un año después, volvamos a entrar en la iglesia con tanto celo amoroso y piedad cristiana para orar por los que sufren por la enfermedad?

Trescientos sesenta y cinco días

He elegido el título para llamar la atención e incidir y profundizar en el asunto que tanto me preocupa. La enfermedad brota en cualquier momento y destruye las expectativas vitales de la persona. Y es normal. Somos seres que enferman y que moriremos en algún momento. La enfermedad necesita trescientos sesenta y cinco días de atención, presencia y compasión, no una tímida visita previamente solicitada. Las noches y los días del enfermos requieren luz y calor, y no precisamente los que suministran las empresas proveedoras. Y la medida que define dicha actividad se basa en el tiempo.

Jesús no tiene prisa

Jesús no utilizaba tarjetas de visita ni exigía adscripción alguna. En su presencia el enfermo perdía la noción del tiempo porque era consciente de que Aquél estaba allí para OCUPARSE de él, y así lo sentía. En ese estado Jesús hubiera conseguido cualquier cosa del otro- como el marketing hace hoy- sin embargo se aseguró de hacerle sentir “amado”. Y quiero desbrozar del término cualquier capa de ñoñería fácil. Jesús amaba de verdad porque era capaz de sentir como el otro y hacerle sentir que así era. No necesitaba testigos porque Él era el UNGIDO ( y es), el abrazo de Dios, el Bálsamo para el sufrimiento.

¿Cristo Médico?

Determinada pastoral ha abusado del concepto sanación aplicado a los sacramentos y algunos sacramentales, otorgando al verbo y a su acción cualidades clínicas más que espirituales. Y lo que es peor, ha provocado falsas expectativas a enfermos incurables, en una forma de caridad muy mal entendida. Las sanaciones de los Evangelios muestran la intención de restaurar la hombre en su condición divina y en ningún caso se arrogan poder. La vida es un viñedo abrasado por la enfermedad y quienes nos dedicamos a la atención de enfermos debemos estar formados para acoger con seguridad y tolerancia cualquier demanda del hermano que sufre. La vocación se presume, siempre que no se exprese en un ratito solemne y de aparente dignidad. Y la vocación no necesita testigos. Nuestra presencia debe servir al menos para iluminar las sombras y el miedo de quien sufre y revertirlo en normalidad y autenticidad. Sin prisas ni prosas.

Mejor minúsculas

Jesús eligió el último lugar; y no lo cede, lo comparte. Prefiero seguir escribiendo la palabra enfermo en minúsculas. Cristo decidió quitar cruces en vez de ponerlas. De eso se ocupa la misma vida y lo hace con todo el celo. Mientras un solo enfermo sienta la necesidad de dar sentido a su sufrimiento, celebremos una fe que saca lo mejor de nosotros y nos moviliza a los caminos más angostos. Como aquél de Samaría…

 

César Cid

Un comentario en «Trescientos sesenta y cuatro días»

  1. Muy bueno!
    La pastoral entre personas enfermas no es solo llevar comuniones, estampitas con oraciones de corte magico, o unciones de cualquier manera… es acompañar, hacerse hermano del paciente y de la pacienye familia…

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