Servir: anticipar y prolongar la Eucaristía

imagesEl pasado sábado la comunidad diaconal de Madrid fue recibida por D. Carlos Osoro, su nuevo Arzobispo. Un encuentro fraternal de verdadera comunión con nuestro pastor, un hombre entrañable, enamorado de Cristo, que transmite cercanía y verdad. No pretendo extenderme respecto de su interesante homilía ni de su intervención coloquial posterior. No es este el espacio para hacerlo. Nuestro compromiso con este blog es hablar del sufrimiento desde la fe. Pero quiero rescatar unas palabras suyas, que decidí adoptar en mi corazón desde que las escuché: «Diáconos, prolongad la eucaristía con vuestra vida todo el tiempo”. Desde el principio la Iglesia ha sido fiel a la voluntad de Jesús de prolongar su presencia entre los hombres hasta su vuelta (1 Co11, 26). Las palabras de D. Carlos alimentaron mi vocación por los hermanos que sufren. Tras mi pobre conversión a Cristo descubrí, como la suegra de Pedro, que el signo del cristiano es el servicio, la entrega incondicional a los hermanos, desde el amor donado por Dios. Hoy quisiera acompañar las palabras de monseñor Osoro con una pequeña aportación personal: debemos además anticipar a Cristo con nuestra pobre presencia. Una presencia ministerial capaz de anunciar la Verdad con una vida de servicio, que culmina en la Comunión Eucarística. Anticipo y continuidad del Pan de la Vida. En los últimos años he aprendido que acercarse a los enfermos y a su entorno inmediato exige avanzar al ritmo de cada persona, respetando lo que es, su historia, su fe o su falta de ella. Que el encuentro sereno, desde la acogida tolerante y respetuosa, favorece la presencia del Espíritu Santo, consolador, santificador y transmisor del Amor de Dios. Al anunciar a Jesucristo a los enfermos, recogemos el mensaje ya anticipado por los profetas: fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los abatidos de corazón: ¡Ánimo, no temáis! Mirad que viene vuestro Dios (Is 35, 3s). Jesús irradiaba salud amando, liberando a las personas de aquello que las oprimía, poniendo paz y armonía en sus vidas y fomentando una convivencia más humana y fraterna. La persona que se ha encontrado e identificado con Jesús transparenta vida y rompe fronteras, siente que debe salir de su tierra con Cristo. Es en el corazón donde Dios influye en el hombre, donde habita especialmente, don que derrama en abundancia su amor (Hch 16, 14). El Evangelio, escuela de amor como Dios es amor, es también escuela de fuerza en el sufrimiento. El hombre sufre y también la Iglesia sufre; cada persona debe afrontar la propia cruz y cada cristiano está invitado por Cristo a recorrer un camino de doble vía: asumir y compartir con Él su dolor y la de la generosidad ayudando a los demás a llevar su cruz. César Cid

 

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