¡Consolad a mi pueblo!

Sin título1El Papa Francisco ha centrado su alocución dominical en el consuelo, a partir del texto del profeta Isaías que la liturgia de hoy propone. Francisco profundiza en las entrañas de nuestra fe, mirando al hermano que sufre desde el proyecto de Dios en Cristo: “Isaías se dirige a gente que ha pasado por un período oscuro, que ha sufrido una prueba muy dura; pero ahora ha llegado el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo pueden dejar lugar a la alegría, porque el Señor mismo guiará a su pueblo en el camino de la liberación y la salvación. ¿Cómo se hará todo esto? Con el cuidado y la ternura de un pastor que cuida de su rebaño. De hecho, Él dará unidad y seguridad al rebaño, lo hará pastar, reunirá en su redil seguro a las ovejas dispersas, prestará especial atención a las más frágiles y débiles”. El consuelo es la respuesta natural al amor de Dios, que se anonada para sentir al hombre desde el barro modelado por el Padre. Francisco matiza: “Esta es la actitud de Dios hacia nosotros sus criaturas. De ahí que el profeta invita a quien le escucha -incluyéndonos a nosotros, hoy- a difundir entre el pueblo este mensaje de esperanza. El mensaje es que el Señor nos consuela, y dejar espacio al consuelo que viene del Señor”.  Palabras que alimentan el alma, en las que reconocemos nuestra vocación de servicio al hermano que sufre. ¿Cómo podemos dejar espacio al consuelo que viene del Señor? Jesús expresó su misión asumiendo las palabras de Isaías formalizando así el compromiso que se realiza en la fe cristiana, especialmente en el sufrimiento del hombre. Consolar el sufrimiento no es un precepto formal ni un acto de fe, es un gesto identificativo del cristiano, como testigo de la misericordia de Dios. Como colofón leemos de nuevo al Papa Francisco. Palabras acertadas que nos invitan salir de nosotros: “Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos, testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas existenciales y espirituales. ¡Él puede hacerlo! ¡Es poderoso!”. Gracias, Santo Padre. César Cid

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