Sufrir y contemplar

Sufrir y contemplar

A menudo me preguntan cómo se soporta trabajar diariamente con personas que se enfrentan al final de sus vidas. En algunos entornos terapéuticos se ha defendido una fórmula de protección personal (pantalla, muro, etc.),  que impide una afectación directa en la persona que acompaña. Personalmente no entiendo un proceso de acompañamiento sin implicación personal, aunque claramente conlleva un coste emocional para quien acompaña. Quienes acompañamos según el modelo cristiano, encontramos el sentido de tal implicación en la contemplación de la presencia de Dios en el proceso. Así el sufrimiento es transformado en el sujeto que sufre y el acompañante lo vive como una oportunidad para dar sentido a su vida espiritual, como humilde instrumento en proceso de crecimiento. Se trata de un mecanismo interior de cierta profundidad. Me explico: habitualmente nos resistimos al sufrimiento y al dolor con actitudes diversas e inútiles. SI respondemos al sufrimiento con aceptación (no victimización) consciente, nos liberaremos de los prejuicios para entrar en lo más profundo de nuestro ser. Evitar la resistencia te faculta para mirar la situación desde cierta profundidad. No es una resistencia pasiva o una conformidad moral de arraigo en tu escala de valores. Es como realmente actúa tu parte espiritual. Se trata de valorar si nuestras reacciones están movidas por la confusión mental. Elevado al plano de lo invulnerable, en presencia consciente, interactúas en el ahora eterno, en la frecuencia divina. Hemos entrado al dolor y vamos a intentar que nos transforme. Curiosamente observamos que el dolor se ha hecho “soportable” o sencillamente ha desaparecido. Si nos entregamos a él nos llevará a la paz de Dios que trasciende cualquier proceso mental,  y su contemplación, porque la conciencia ya no tiene nada que decirnos. Así, desconectado del tiempo podemos sentir Su presencia. En esta serenidad indefinible las manos del enfermo se cruzan en las nuestras. Y no hay temores, ni juicios ni culpa. El encuentro se ha convertido en un regalo para ambos y el silencio de Dios reproduce el lenguaje sublime que solo el alma saborea. Acabas de comprobar que Él habla en el silencio. Y al finalizar te invade cierta turbación por volver al mundo de los sentidos. Ya solo puedes dar gracias por participar en un proceso tan  maravilloso. César Cid

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