Todas las guerras se pierden de antemano. El coraje de emprenderlas es fruto de quien ignora su bendita naturaleza y que nada apremia salvo amar. Lo ignora. Porque la paz no está en ninguna batalla. El hombre es incapaz de salvarse a sí mismo sin destruir a otros. Y la estampida, irrumpe la estampida para sembrar más destrucción. Tras las ofrendas olvidadas en el camino viajamos sin esperar el viento que borra las huellas. ¿El de poniente? No lo sé, lo juro. Vivir sin esperar nada amarga la boca y empoza las sienes. Y no hay queja posible. Adviene el Amor irreconocible, de andares nuevos algo afectados. Adviene violento con la luz que el sol esparce como nadie. Y reverbera. Ya no hay caminos confusos ni arterias bloqueadas por el odio. Ni un sortilegio podría con la oración más pequeña. El tiempo no se sirve ya de oscuros gorjeos. Luz de candil, leve y graciosa, avísame de su llegada que mis ojos lo esperan desde que mi imprudencia enterró las alabanzas, y no tengo voz para cantarle ya, como en otro tiempo lo hiciera. Cántale tú, mi hermano, que esta noche el mundo lo cante. Suyas son nuestras almas que, extenuadas, volverán a sus manos de luz y hierba. Esta noche la vida señala al cielo y la Palabra será toda, desafío, amor y consuelo. Bálsamo para la memoria del mundo, memoria y del mundo su alma.
César Cid
