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Acostumbramos a signar la frente del enfermo con la señal de la cruz. Tradicionalmente es el primer gesto que el bautizado recibe, en el proceso de iniciación cristiana que comienza con el sacramento en cuestión. De la muerte a la vida, diría san Pablo; de las tinieblas a la luz. Y es al final de la vida, especialmente en Cuaresma, que solemos repetir dicha asignación con la intención de recordar al enfermo su condición espiritual y lo que ello significa: eres de Cristo y eres para Cristo. Y la señal de la cruz no será inútil si penetra en el corazón. “En el nombre del Padre- para que nos dé el pan, la esperanza y el perdón-, del Hijo –descendido entre nosotros para sufrir y morir con el fin de eternizarnos- y del Espíritu Santo- para que ilumine nuestros pasos y especialmente nuestros gestos de amor”.
La cruz nos abre a la vida. Dos líneas que abrazan el universo y superan el infinito. Desde el madero del Gólgota, la cruz es la promesa de la vida eterna. La cruz es verdad, símbolo y juramento. Y en ocasiones realizamos el signo sin pensar en ello, sin caer en la realidad. Porque al signarnos nos coronamos de espinas. Hagamos juntos la señal de la cruz al hermano que recorre el último tramo. Así, en el bautismo del dolor nos abrimos al amor y firmamos nuestro propio compromiso con el dolor del otro. Y antes de despedirnos nos abrazaremos, hermano. ¿No ves que el abrazo es una cruz de amor que se abre para el otro y se cierra para ti?
César Cid
2 comentarios en «Cruz de la vida»
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Significativo y emotivo texto César….gracias.
Maravilloso, abrazo: cruz de amor