Flor de vida

Flor de vida

Dice Carlos Díaz[1] que “el apego neurótico a la vida produce el pánico y es el pánico lo que densifica la muerte”. Cierto es que sufrimos pánico a la vida, porque no queremos aceptar nuestra única certeza: que moriremos. Podría enumerar los casos afines que he conocido, pero hoy voy a hablaros justo de lo contrario: del amor a la vida sin miedo a la muerte, encarnado en una mujer escandalosamente vital. Flor vino a mi mundo desde el desconcierto de seis letras que las células más locas provocan constantemente. Tan loca, ella, por vivir, como sus células por impedírselo. En una sociedad hipócrita que anima al optimismo desde la publicidad más burda, fruto de un buenismo de gimnasio, tan facilón como inútil, mi amiga decidió romperse los nudillos contra cualquier falacia. Contra cualquier diagnostico insulso, pero especialmente contra ese entusiasmo social que tilda de luchadores a simples enfermos que ponen su vida en manos de la medicina. Flor apostó todo al amor sin pensar dónde le gustaría estar, es decir, amando con todo su ser, incluso con esas células cabronas. Y así, se abrió al sufrimiento que la vida le fue infiriendo en formas distintas, y comenzó a sentirse aún más viva. Ha crecido en la última década más que en toda su vida, desde una madurez dolorosa que ha embellecido su semblante como una obra de arte incompleta y brillante. Dios se hizo presente porque amar y sufrir se conjugan en la búsqueda de sentido. Lo invocamos con fervor mientras ella reposaba sus manos en las mías, aunque reconozco mis preguntas silenciosas de los primeros días:

¿Por qué callas, Padre, si sabes que te busca? ¿Por qué no dices nada, si sabes que se rompe?

Y sentí que su silencio no es castigo, no es abandono. Es el lenguaje de lo eterno cuando la palabra no basta. Es la profundidad que solo el alma entrenada puede habitar. Es la gestación de algo sagrado en lo invisible. Porque su voz está en lo que duele. Hoy he sentido la vida de Flor en la mía, más que nunca. Su silencio me invita a recordar que prometí a Dios cuidar de su alma, para que se encuentren para siempre en lo más profundo de su ser. Gracias, Flor de Vida, amiga del alma.

César Cid

[1] Díaz, Carlos. El miedo a vivir, Sinergia, abril 2020

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