- por admin
Tu soledad, contigua de la mía,
henchida de aflicción y de amargura:
tu inocencia y condena me tortura,
sostiene esta espadaña de agonía.
Pasa la noche, nace el nuevo día.
Tú, paciente, en la cruz sientes ternura.
Me calmas sed de paz y de ventura,
y me ofreces tu drama y compañía.
Pegado yo a tu cruz rezo y te miro,
imbele, sin consuelo, agonizando,
blandiendo a solas, último suspiro.
Y sigo en el dolor a ti clamando.
Es cierto que te quiero y que te admiro.
Y quedo en mi orfandad, solo, llorando.
Teodoro Rubio

