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Siento un hormigueo leve en los pies que nace del extremo de los dedos, como si la vida fuera retirándose de este cuerpo herido en mil batallas. Y asciende como un escalofrío lento y firme, dejando atrás los contornos de mi pobre ausencia. Siento el aleteo de mis cejas como la base rítmica del proceso y creo que nunca nada ha llamado tanto mi atención. Compruebo que me despojo de mí porque he perdido la sensibilidad de las piernas y el abdomen, mientras una especie de vibración me sostiene portentosamente. Y ya sé que no es una trampa ni un sueño, porque mi cabeza nunca ha estado tan lúcida. Extraña claridad que ahora me muestra lo mejor de mi vida en escenas concatenadas, justo al remontar el cuello y la barbilla. Y la luz… Un haz que ha convertido mis ojos en el timón de la experiencia. Veo a mis viejas tías discutir por la labor de un mantel de lino, el día de mi boda. A Tomás, embutido en aquél traje de media gala, nervioso como un niño. Y aparezco yo, con un largo vestido blanco drapeado en la espalda. Una coronita de perlas y flores bordados sujetaba mi pelo negro, tan negro… Es curioso pero podría repetir cada detalle minuciosamente, como si nada hubiera sucedido todavía, como si el pasado no hubiera pasado. Pero no son recuerdos de mi mente, sucede de verdad. Ya no siento dolores, ni siquiera sufrimiento. Compruebo que mi cuerpo ha dejado de estar para ser y no hay palabras para describir lo que siento. Sin embargo aún veo con dificultad momentos concretos de mi vida. Y cuando los reconozco descubro los errores que cometí. Creo que son cosas que debo cambiar en el corazón, antes de terminar el proceso. Mentí y lo siento. No correspondí con amor en muchas ocasiones y lo siento, y es por ello que me faltó amor, a pesar de tenerlo todo. He perseguido la felicidad continuamente y ahora sé que para lograrlo hay que dejar de buscarla. Que amar es vivir y vivir es amar. El tiempo es una metáfora que se derrumba con la vida. Ahora compruebo que la muerte no es un naufragio a la deriva. Siento que Dios me ha prestado ojos nuevos para restaurar mi alma para la eternidad. Ahora que supuestamente he perdido todo, empiezo a orientarme en este estado diferente. Es la vida salvada que no se interrumpe nunca. Veo ya la arena dorada que anticipa la espuma del mar y su mano adelantada, convocándome. Ahora sé donde reposan las lagrimas que no se lloran. Ahora sé que el final no es fin de nada. El sol entorna mis ojos un instante y me siento junto a Él, privilegiada. Su pelo huele a mar y a sal. Miramos juntos las pequeñas olas que cubren nuestros pies. César Cid
Este texto es una recreación literaria sobre la muerte
