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Que el amor tiene efectos curativos es una realidad que trasciende las fronteras conceptuales del propio sentimiento, incluso las más caprichosas. Y entre todos los tipos y clasificaciones posibles, me voy a referir al sentimiento placentero, fruto de la presencia incondicional y desinteresada de una persona de altas cualidades espirituales. Hemos leído y escuchado testimonios de personas que se han sentido aliviadas e incluso sanadas (espiritualmente) tras el contacto con Teresa de Calcuta, el padre Pío de Pietrelcina y otros tantos, y no solo vinculados a la tradición cristiana. Estos relatos coinciden en que tales circunstancias se dieron con su sola presencia. Durante el siglo veinte, distintas terapias basadas en la sanación de las actitudes (Dr, Jerry Jampolsky) han defendido que si es posible reemplazar el miedo por amor, el enfermo se siente sanado. Lo explican en términos vibracionales y aseguran que la del amor es la más alta de las vibraciones. Nuestra visión, más sencilla, habla de la gracia y el vinculo con Dios en la cotidianidad. Mi intención es hablar del amor que sana desde la presencia, como cualidad al alcance de todos, originada en la relación personal con Dios y en el ámbito del acompañamiento espiritual. Una vida de oración y servicio propicia una conciencia elevada que transmite paz y serenidad. Jesús revela al sanado que en su fe está el origen de la sanación. Su presencia transforma el estado del enfermo, que con su fe confirma la transformación. También nosotros podemos facilitar la transformación del hermano que sufre, si dejamos el ego en la puerta y accedemos a la habitación con Jesús Eucaristía. Si durante el proceso de acompañamiento procuramos la desaparición de pensamientos angustiosos, sentirá el Amor (de Dios) que todo transforma. El Amor incondicional de Dios facilita que quien sufre deje de buscar en él o en otros el origen de su enfermedad. Este desbloqueo redescubre el amor interpersonal, fruto del Amor divino. Jesús Eucaristía llega al enfermo desde nuestras pobres manos como una realidad abrumadora, que merece toda admiración. Esta humilde labor es el colofón del acompañamiento y la fuente de la gracia. Jesús es la Presencia que sana, el Amor incondicional, la Fuente de la vida. César Cid
