Muertos de colores

Muertos de colores

«Los muertos más amados forman un bosque ardiente sobre el mar desnudo, el bosque de la muerte en que deshoja un sol, ya en otro cielo, su oro mudo…”
Luis Rosales. La casa encendida

Creo que Luis Rosales, testigo, poeta y amante, no imaginó el crisol de imágenes que su Casa Encendida ha ido forjando en todos con el paso del tiempo, incluso en quienes no lo conocen, incluso en quienes jamás leerán el poemario. No importa, no es necesario. La palabra vive a expensas de quien la crea y se hace vida en la vida que nos aborda.

El recuerdo necesita el impacto de lo vivido para inhabitar el alma herida, y desbocarse en las imágenes que vuelven. Y la muerte se arroja a la vida y provoca un nuevo centro, como las olas que el impacto de una piedra genera en el agua mansa. Finalmente desaparece toda agitación y llega la calma. Ya no importa el color de la piel, el tamaño de las balas ni los honores heredados. Paz y silencio para todos.

Entre tanto los políticos se pavonean en sus atrios. Expertos en casi todo, a quienes se les confió cultivar el imaginario de los ciudadanos a base de odio, desde el recuerdo forzado de los peores momentos vividos en sus entornos familiares; en sus ciudades, en sus pueblos, en sus casas… Alguien les dijo que su abuelo fue fusilado en la plaza de su pueblo sin mediar palabra. Sin saber por qué o fingiendo no saberlo. Y que era rojo. No de piel, de ideales, aunque a los nietos no le suene de nada. O que era azul y que su primo rojo lo denunció y lo dispararon a bocajarro, sin mediar palabra. O que era cura, a merced del dinero y del dios de los ricos. Y lo mataron en la sacristía mientras se mofaban de su cuerpo roto. Y ellos, en ese otro cielo, siguen sin saber cuánto dura la guerra. Se preguntan cuanto tiempo ha pasado y sí todavía el odio siembra las calles de España. Aciertan.

El dolor y el sufrimiento nos igualan. Ante la justicia no toda víctima es inocente. Ante la compasión (¿piedad?) cualquier sufrimiento es inmerecido y cualquier víctima es inocente. Memoria democrática, memoria histórica, memoria… ¿Memoria? Vidas disueltas en la luz común, en el amor posible, en la raíz de lo que somos: eternidad. Querido poeta, querido Rosales, gracias por las claves de La casa encendida. También nuestras vidas son cartas sin dirección y sin embargo escritas para siempre. Y no, no hay muertos de colores.

César Cid

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