El corazón samaritano

corLa persona humana, en esencia, está abierta al mundo, es un ser-en-el-mundo. Ser hombre quiere decir ser hacia algo o hacia alguien distinto de uno mismo; ir más allá de sí mismo para salir al encuentro de lo que hay en el mundo y de quienes hay en él. Es decir, auto transcender y en su intencionalidad de dirigirse a «estar-con» (a encontrarse con el mundo, consigo mismo y con Dios). Y el corazón es el espacio comprometido en este proceso. La relación con los otros, conmigo mismo y con Dios se da en la apertura del corazón, que se transforma en una vida de relación que implica a todas las dimensiones del hombre. El sufrimiento es universal y el dolor tiene una carácter propio para cada uno. Comprender esto proporciona una lucidez compasiva que se refleja en su vida, especialmente en sus relaciones con los demás. Cuando comprendemos el sufrimiento propio y el ajeno y damos un paso, sucede el crecimiento espiritual. Las personas que niegan su propio dolor o que son las únicas que sufren, no pueden empatizar con el sufrimiento ajeno. A nivel espiritual, la compasión nos invita a ayudar a los demás como querríamos que se ocuparan de nosotros. Sentir por el otro, salir de sí mismo sin pasar de largo es lo propio de un corazón sano. Compartir tiempo y espacio en un hospital puede facilitar la apertura espiritual. Cuando la curación no es posible, el enfermo puede experimentar una transformación espiritual, un cambio interior profundo que facilita en muchos casos su apertura a los demás y el final de su aislamiento. En la parábola del Buen Samaritano encontramos la pregunta de Jesús – ¿Quién es el prójimo?- gira radicalmente para facilitar que se piense a partir de quien sufre: Colócate en su lugar. Reformulada sería así: ¿de quién soy prójimo? El samaritano se acerca al que sufre, le cura las heridas y atiende su sufrimiento. Una vez que lo alivia le lleva a una posada y se asegura de que será atendido hasta donde necesite. ¿Cómo lo hace? Cerca de Él. El enfermo siente que se ha ocupado de el. La intervención del samaritano es holística. Considera al enfermo en sus heridas, su estado general, sus emociones y su bienestar. Jesús irradiaba salud amando, liberando a las personas de aquello que las oprimía, poniendo paz y armonía en sus vidas y fomentando una convivencia más humana y fraterna. La persona que se ha encontrado e identificado con Jesús transparenta vida y rompe fronteras, siente que debe salir de su tierra con Cristo, salir de su tierra. Por ello, el corazón no puede permanecer cerrado, sino que debe hablar a todos con el lenguaje propio del corazón; no es la comunicación de datos, ni de nociones, ni de doctrinas sino de la experiencia viva dé Jesús que sale de un corazón destinado directamente a otro corazón. Es en el corazón donde Dios influye en el hombre, donde habita especialmente, don que derrama en abundancia su amor [Hch 16, 14]. El Evangelio, que es escuela de amor, como Dios es amor, es también escuela de fuerza en el sufrimiento. El hombre y la Iglesia sufren; cada persona debe afrontar la propia cruz y cada cristiano está invitado por Cristo a recorrer un camino de doble vía: “la de asumir y compartir con Él su dolor, y la de la generosidad ayudando a los demás a llevar su cruz”. César Cid

 

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