Persigo traducir hoy tu silencio abigarrado, para encender el camino que ahora emprendes con mi plegaria. He contemplado tantas partidas que oso creerme partícipe del tal milagro, siquiera un poco. Y qué va. Como mucho soy aprendiz de arqueólogo que, frotando recuerdos con cuidado, a veces consigo que brillen y hablen de lo que fueron un día por sí solos. Te acompañó un peso insoportable tanto tiempo, que sin él pareces otra. El Señor te ha liberado justo cuando decidiste perdonarte. Y sólo entonces descubriste cómo funciona el perdón. Fuiste tú quien tiró del tapón que contenía el veneno, quien lo escuchó desvanecerse… Dios llenó el vacío con su amor, en un instante. Ahora brillas entre la polvareda de miedo y dolor que te acompañaba. Tus ojos han expulsado aquella fina arena cegadora y descansas y esperas. Sueñas ya el milagro acontecido, que no es otra cosa que el premio al amor que derramaste sin medida. Ahora vuela y no mires atrás.
César Cid
