Morir hoy

Morir hoy

Expulsada del entorno directo, la muerte se oculta tras la enfermedad y deja de ser un problema humano de carácter religioso/ espiritual para ser un hecho puramente biológico. El proceso se acorta y se abarata, con la sana intención de pasar el proceso cuanto antes y volver al mundo de los vivos. Quizá́ el desconcierto sea el sentimiento dominante de todos los que afloran, que agrupa especialmente al miedo y a la impotencia. En la actualidad la sociedad no ha descubierto una actitud sustitutiva de la religiosidad, que considera anacrónica, para enfrentarse a las consecuencias de la muerte. La cultura actual no sabe qué hacer con la muerte y cómo gestionar sus consecuencias. La actitud frecuente es retrasar su llegada todo lo posible y ocultarla cuando acontece. Afrontar además la muerte propia, es un ejercicio que compromete a todas las dimensiones de la persona y dependerá́ de las circunstancias particulares de cada uno.

Trágico aguacero

La situación de crisis provocada por las riadas en la provincia de Valencia especialmente ha añadido dos elementos nuevos al dolor por la pérdida: la ausencia del cadáver y la suspensión de todo rito y/o ceremonia de despedida. En la base de todo está la imposibilidad de despedirse y como consecuencia de ello la incapacidad para retener una imagen de cierre, es decir, la conclusión de un tiempo existencial y el comienzo de otro, nuevo y muy duro. Situaciones muy parecidas a las experimentadas durante la crisis del Covid.

María

  María –nombre ficticio- me permitió acompañarla en una sala velatorio. No quería dejar sola a su hermana del alma ni un minuto: “tengo que aprovechar el poco tiempo que me queda para estar a su lado”, me dijo. Inicié con ella una conversación sencilla para desbloquear el tono del diálogo. Su hermana del alma, amiga y compañera yacía a nuestro lado (tras el cristal del túmulo) víctima del Covid con 45 años. Sentí que María tenía muchas cosas que decirle. Compruebo a diario que estas situaciones generan sentimientos de culpa e indefensión.  Le propuse que pusiese en orden su corazón en ese momento hablándole a su hermana, de la misma manera que lo hacía mientras la cuidaba en el hospital, hasta que se limitaron las visitas. Esto, que puede parecer una locura porque el duelo no ha empezado, no lo es tanto. No se trata de espiritualizar al cadáver fomentando alucinosis ni de teatralizar una situación absurda como recurso terapéutico. No.  Resulta que no es necesaria una respuesta para ofrecer amor a otro y de hecho, ni siquiera él (el ser amado) tiene que darse por enterado. Incumbe al que ama abrirse al amor y no lo hace para esperar resultados. Simplemente sana y restituye la relación con el que murió. Claro que acompañarlo y facilitarlo requiere paciencia y ciertas habilidades. María volvió a llorar mientras agradecía a su hermana tanta vida regalada. Ello le facilitó una apertura interior que le permitió perdonarse y sentir el amor de su hermana querida como nunca. El dolor más insoportable puede llevarnos a un momento de amor inconmensurable, que transforme el drama de la vida en una ocasión para crecer. Para ello es bueno utilizar cualquier recurso, siempre que no favorezca el anclaje entre muertos y vivos. Conviene celebrar el amor experimentado durante el tiempo que vivió́, sin alimentar pensamientos mágicos al respecto y expresar claramente la despedida como algo definitivo. La experiencia del amor y la presencia de Dios siguen siendo las herramientas más hermosas para expresar cierta esperanza, entre tanto dolor incontrolado.

César Cid

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