En líneas generales, la espiritualidad de quienes acompañan al que sufre, víctima de la enfermedad en cualquiera de sus estadios, es una espiritualidad de acompañamiento. Se trata de hacerse presente y favorecer un encuentro sincero y respetuoso, basado en la compasión. Consiste en entrar en el sufrimiento del hermano para compartir su dolor, su confusión y su desolación. La tarea no es fácil ni cómoda. ¿Quién, sin la fuerza de la vocación, es capaz de enfrentarse a un dolor y una tristeza intolerables? Cuando sólo es posible cuidar, llega un momento en que las manos del cuidador se vacían, pues ya se ha intentado todo y ni siquiera cabe el consuelo. Al pie de la cama está el espectador impotente. La importancia de este sentimiento es mucha. Para el enfermo es vital que el acompañante no huya, bajo ninguna excusa. Cuando el final es inminente piden que no les abandonemos, que permanezcamos firmes al pie de la cruz.
César Cid
