De todas las profesiones y actividades de ayuda, el voluntariado destaca especialmente por la decisión personal de rescatar tiempo propio para dedicárselo a otros, generalmente necesitados de asistencia y compañía. Opción por cuidar. De todas las actividades posibles en una sociedad posmoderna, el voluntario elige una acción comprometida (compromiso)y desinteresada (no genera beneficios materiales), en la que tendrá que medirse ante situaciones desesperadas que interpelarán a su persona inevitablemente. “Ahora cuídate tú y piensa en ti”. Cuántas veces lo escuchamos, dirigido a personas que han experimentado una situación crítica que limita su vida. Absurdo paternalismo que arrastramos en la entraña más profunda. Pensamientos aparentemente bien intencionados que expresan cierta pobreza moral. Frases lastimosas en boca de personas que han profundizado poco en el sufrimiento del hombre.

Es posible que el sufriente se sienta aturdido y se encierre en sí mismo, en un abatimiento profundo previo a una depresión endógena. La otra opción supone, al principio inconscientemente, retomar la vida con ganas de volver a ser quien fue, a pesar de las limitaciones que la enfermedad le ha dejado. Decide no resignarse y siente que sería bueno devolver gestos de cuidado que recibió desinteresadamente. La fuerza del cuidado nos convierte en interlocutores con otras personas y construye comunión y comunidad. El descubrimiento de nuestra propia vulnerabilidad nos reconcilia con el mundo y normaliza la mirada hacia ese espacio sagrado en el que todos somos sufrientes, todos. Y como tal, necesitaremos cuidados como estos hermanos que Dios o la vida misma nos presta con mucha delicadeza.
Rebeldia
Rebeldes, sí, y desobedientes. Me explico: el impulso voluntario es pura desobediencia a la moral contemporánea. Resulta algo osado ponderar la presencia cuidadora desinteresada en una sociedad individualista, narcisista e hiperconectada. Una persona desconocida dispuesta a facilitar recursos propios para “ordenar” el caos impuesto por una enfermedad. Rebelde porque además el voluntario se relaciona con el entorno del sufriente, si tiene algún apoyo. Si no lo tiene, para eso está el/ella y su comunidad/grupo. La libertad del ayudado se reafirma en lo actos de otros (voluntarios) que la han posibilitado. Agentes del amor integrados en un todo comunitario donde todos son activistas. Cuidar es crecer y perfeccionar el acto del cuidado. Quien cuida lleva a plenitud a la persona cuidada y a sí mismo; es un acto recíproco: cuida y se cuida.
Continuidad del cuidado: el buen samaritano
El cuidado voluntario compromete a cierta continuidad como necesidad que todos reconocemos. Importa conocer mínimamente al que cuidamos y generar vínculos, siempre definidos por el sufriente. Más allá del acto del cuidado, el vínculo facilita ciertas expectativas, siempre moderadas por la necesidad del enfermo, para consolidar cierto bienestar al regreso a su entorno, si permanece ingresado en clínica o residencia. El modelo bien podría ser el de El Buen Samaritano, parábola que Jesús narra para describir los escrúpulos de una sociedad de marginalidad. El samaritano- despreciado por su condición socio religiosa- cura, cuida y se ocupa del bienestar del herido para los días siguientes. El cuidador no se limita a curar sus heridas y a resolver sus carencias. Se ocupa de su crecimiento y dignidad como persona. Bella forma de crear lazos para sustentar una existencia necesitada de otro. Jesús es el buen samaritano y no se reconoce a sí mismo como quien es. Sin embargo, no podemos concebir la historia sin la didáctica antropológica del hombre- Dios. Cuantas veces nos preguntamos sobre el papel de Dios en las etapas más duras del hombre. ¿No será que, como Jacob en su sueño, vemos la escalera, incluso a los ángeles ascender y descender y no vemos Dios? ¿Cuántas veces clamamos por su presencia y sin embargo mantenemos la mirada mundana?
Transformar su soledad en sentido vital
Ternura, afecto, cercanía y compasión. La primera mirada del cuidado pretende hacerse presencia a través de la comunicación. El voluntario y el sufriente se reconocen enseguida, con esa mirada mutua, en dignidad y esperanza. No debemos reconocer al sufriente al margen de su biografía. Entonces cuidar es la acción relacional más profunda de la vida.
César Cid

