Celebrar la vida (eterna)

mjNoviembre irrumpe en nuestras vidas como un vendaval de rostros perfilados, productos de la memoria sosegada, esa que no reside en hemisferio alguno, que más bien circula por el torrente sanguíneo a la altura del corazón y le voltea en un movimiento imposible. Noviembre es recuerdo de la vida y certeza de la muerte. En unas horas celebramos la vida y memoria de santos y difuntos, ausentes todos. Es la belleza de la Comunión de los Santos, el enlace místico que une a vivos y muertos en una esperanza y un amor confirmados. Dolor, recuerdo y calma en brazos de la esperanza que Cristo sembró en el calvario, que nos asegura la trascendencia y confirma una búsqueda que ha recibido luz y respuesta en Jesús de Nazaret. Como cristianos, resulta razonable proyectar el último viaje, aún cuando duele y mucho dejar a quienes hemos conocido entre tanto. Quiero dedicarle este humilde espacio a María José Marín, a sólo unos días de su partida, desde el cariño y el respeto. Ella preparó su viaje al detalle, desde la seguridad de saberse amada por Cristo. Quiso participar en la campaña Corazones de María en Radio María, con el regalo de su testimonio. Sus palabras aún resuenan en nuestros corazones. Su vida estuvo marcada por la fe y por el servicio a los demás, a pesar de los duros golpes a los que la vida le sometió. Nunca dudó un momento en ayudar a quien lo necesitara. Ni las dificultades propias de su enfermedad debilitaron su fe en Cristo y la vida eterna. Creo que transformó su sufrimiento en serenidad, desde la experiencia de Dios que ella misma relata en su testimonio. Hoy os lo ofrezco de nuevo, porque es un regalo y un ejemplo para todos los que sufren. Y como entonces, sigo emocionándome cuando escucho sus palabras. Gracias amiga. Imagino cuántos abrazos habrás recibido al llegar, de la mano de María, a casa del Padre, que sustrajo a Jesús de la muerte y lo llevó a la plenitud. Hasta siempre.

César Cid

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