Abrazodependiente

Hoy hubiera podido soportar que mis ojos se secaran definitivamente, renunciando a la belleza de la creación, a la luz y a la mirada de quienes necesito para vivir. Hoy hubiera soportado el silencio absoluto, la sordera completa, a pesar de cuánto valoro la música, determinados sonidos que me conectan con la vida y las voces de tantas personas que quiero y necesito. Hoy hubiera soportado enmudecer sin remedio, y no volver a decir palabra, ni a recitar un poema prestado… Hoy solo he necesitado mi piel para descubrir el milagro de la vida y reconciliarme con el pasado y el presente. Hoy he recibido el abrazo de un enfermo, después de dedicarle un poco de mi tiempo. Y no tengo palabras para describir que, durante unos segundos, me he sentido la persona más agraciada del mundo. Que podemos prescindir de todo menos del amor. Que soy un anawin de Jesús, un pobre de aquellos, oprimido, desgraciado, cargado de deudas y de enfermedades…  Aquellos que, debido a su desamparo, se acercaban a Dios, ponían en él toda su confianza, cumplían su voluntad y observaban la ley. Jesús proclama bienaventurados a los que son conscientes de que viven en el destierro, a los que tienen llanto en el alma, a los que experimentan que se encuentran lejos de Dios. Jesús reorienta las expectativas humanas no en el poseer ni en el triunfar, sino en el amar y ser amado de forma gratuita, en querer a Dios y en ser querido por Él, y en Él y desde Él quererse a sí mismo y querer a los hermanos. [1] A ellos les reserva Dios un infinito caudal de alegrías. Hoy he sentido cómo Dios transforma el sufrimiento y dona su Gracia inflamando los corazones. Hoy me he sentido bendecido. Y hoy, más que nunca, he advertido que para conocer a Dios es preciso servir al hermano. Y hoy me defino «abrazodependiente». César Cid

[1] Díaz, Carlos. Cuidar del otro.