Presencia a oscuras

ellaNuestra protagonista es la gran olvidada de la Generación del 27. Ernestina de Champourcin nació en Vitoria en 1905 y falleció en Madrid en marzo de 1999. Se exilio a México (1939) junto a su marido Juan José Domenchina, poeta y secretario de Manuel Azaña. Ernestina sufrió un agudo silencio sobre su obra que, según Emilio Lamo de Espinosa, se debió al misticismo que caracterizó buena parte de su producción literaria. Circunstancia que apagó la dimensión social de la autora y su implicación intelectual durante la república. Su etapa en México es la más fecunda. Publicó “Presencia a oscuras” , “Cárcel de los sentidos” (1960) y “El nombre que me diste”. Su esposo murió prematuramente aunque Ernestina consiguió arraigarse en aquellas tierras. Regresó a Madrid en 1972. La vuelta no fue fácil y tuvo que vivir un nuevo período de adaptación complicado. Lamo de Espinosa asegura que Ernestina padeció la mala suerte de las “terceras vías”, al no definirse políticamente por una opción clara. El catedrático contempla además al carácter de la propia autora, su independencia de criterio total y rotunda, salvaje, casi asocial, y al tiempo su voluntad de no ser categorizada. En cualquier caso la autora vivió una profunda y rica vida interior. Hoy nos acompaña con su obra “Presencia a oscuras”. El poemario, dividido en seis partes, expresa un camino ascensional y místico en el que la autora canta al Dios que lleva dentro, bien en forma de plegarias, bien de manera convencional; acaba con uno de los mejores vía crucis de la historia de las letras españolas, vinculado a la más genuina poesía de orientación religiosa y práctica: aquella que está escrita  y vivida desde la contemplación y enseña a seguir los pasos de Jesucristo en su camino de obediencia al Padre.  César Cid

¿CUÁNDO?
¿Cuándo vendrás, Señor, para quedarte siempre?
Nada puede saciarme si Tú no lo iluminas.
Enciende mi camino. Borra pronto las nieblas
Que me esconden tu rostro y me hacen vacilar.
¡Si pudiera sentirte arraigado en mí misma,
infundiéndome el gozo de tu mirada eterna,
levantando mías pasos hacia Ti solamente,
cegándome al reclamo de lo que no eres Tú!
Pero después de ungirme con tu inefable gracia
me devuelves al suelo, a todo lo que es vano,
y me pierdo en el dédalo de mis propias pasiones
que nunca satisfacen mi pecho ebrio de Ti.
Volver arriba