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– Compruebo que la enfermedad ha iluminado tu mente de alguna manera, y eso que siempre fuiste curioso. ¿Quieres seguir hablando de la muerte en tu situación?
– Claro, ya te dije durante tu última visita que no tengo miedo a morir.
– Ya, pero parece que lo estás deseando…
– No has entendido nada. Te expliqué cómo pude descubrir el sentido de mi vida, incluso en el último tramo, a partir de mi enfermedad. Hoy quiero compartir contigo una nueva reflexión. ¿Recuerdas el evangelio en el que Jesús dice[1]: “Si no os hacéis como niños…”?
– Vagamente
– Verás, yo creo que al morir Jesús transformará mi corazón para que Dios reciba mi alma de niño. Él la hará crecer en infancia eterna; una nueva infancia divina. Incapaz de hacer nada ya por mí mismo, me haré niño otra vez.
– Como si el cielo fuera una guardería…
– Me haces reír… ¿Ves la impotencia que ahora siento? Dependo totalmente de otros y cuando muera será todo nuevo para mi, siendo el mismo que Dios creó. Porque me pensó para la eternidad… ¿entiendes?
– Creo
– Morir es el auténtico reencuentro, amigo.
– Si es así, ¿en qué consiste nuestra vida mortal?
– Nuestra vida es una ensayo sobre la eternidad. Será placentera en la medida que intensificamos nuestra relación con Dios. Ahora imagino cuántas veces hubiera podido reconocer a Jesús en las circunstancias cotidianas de mi vida, si hubiera mirado con el corazón… En la Misa recibimos a Jesús en su agonía. Y llegado el momento le brindamos al padre la muerte de Jesús y la nuestra, para que nuestra muerte se parezca a la suya.
– Entiendo…
– Si ofrezco la vida y muerte de Jesús, también ofrezco todo de mi vida y todo de mi muerte. Y así ella será también Eucaristía, banquete eterno en el Padre.
– ¿Seremos niños entonces?
– Los más amados, hermano.
César Cid
NOTA
[1] Mt 18, 3
Un comentario en «Infancia eterna»
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Bonita intuición la de una vida nueva, a estrenar, y de infancia eterna, como
Niños, junto a Dios.