- por admin
Si Dios ha querido revelar su amor al hombre, el amor ha de ser reconocido por el hombre con sus capacidades. El amor de una madre que ha sonreído a su hijo desde su primer día de vida, recibirá la sonrisa de su hijo como respuesta. Cualquier expresión vacía tiene sentido cuando se proyecta al otro, como respuesta de amor que Dios pone en el corazón del hombre. Como el niño, ningún corazón despierta al amor sin haber sido amado. Y sin la gracia que Dios nos regala, no es posible la entrega radical del hombre. Observo cada día cómo se relacionan familiares y amigos de los enfermos a los que acompaño. Podría elaborar un catálogo de conductas y actitudes, propias de la condición de cada persona y de cómo les afectan las circunstancias- variables y complejas- en cada caso. Somos únicos. Desde la libertad de elegir cómo relacionarnos, me sobrecoge el poder del amor y sus consecuencias. Y me refiero al amor con mayúsculas, ese que envuelve cada gesto en correspondencia fiel y absoluta. Descubrirlo, es un regalo que no merezco, especialmente cuando se me permite participar en el proceso. Hoy hemos despedido a un hermano, cuyo final se anticipó al de su esposa, enferma a la que cuidó y amó con vocación y pasión. Hemos sido testigos de un amor tan especial que permanecerá indeleble en nuestros corazones. Y entre tanto ella gastaba su vida, Pablo le ha entregado la suya por amor. Unos días han bastado para acoger ese amor, en forma de frases limitadas por el dolor y los recuerdos. Tan agradecido como cansado, Pablo nos ha regalado confidencias, alguna ironía y sus oraciones. Una didáctica del amor, revelada desde la sencillez y gracias a su hijo querido, que un día dejó todo para cuidar de sus padres. Nada hubiera sido posible sin el amor con el que Pablo (hijo) ha respondido al de sus padres. Conocerle fue una suerte y compartir con él los últimos meses una regalo que sólo es posible entender a la luz de la fe. Gracias, hermano Pablo. En ti hemos conocido la expresión del amor a la medida de Dios. César Cid
