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Creo que somos responsables de nuestra ceguera moral, esa que nos impide ver las cosas como realmente son. Frente a ella, la incomprensible generosidad de Dios se sirve de nosotros para renovar el don de la vida, especialmente en momentos concretos. Y en silencio, como si nada pasase, como Él hace todas las cosas… Pienso que Dios nos proporciona- en ocasiones y a quien considera- la capacidad de mirar como él mira, desde el respeto y distanciamiento respetuoso que evita el impulso destructor de poseer y controlar. Los grandes maestros de todas las tradiciones se desapegaron del mundo instalándose en el misterio, para mirar la vida de forma trascendente. Consiste en ver más allá, con los ojos de corazón. Ayer me acomodé en silencio junto a una enferma muy querida, ciega e incapaz de hacer nada por sí misma. Tras un buen rato de compartir cosas sencillas y un par de grandes abrazos me preguntó si me pasaba algo. Creí haberla convencido de los contrario, pero unas horas después comprobé que había compartido su preocupación con un compañero. Aún hoy resuena su voz queda en mi memoria, dulce como las voces de las madres. Y me asombra comprobar que para saber lo que realmente necesitamos y ver lo esencial, no necesitamos los sentidos naturales. Y creo que cada encuentro es una ocasión para el milagro, en una realidad misteriosa, que solo Dios puede protagonizar. Estoy convencido que cada visita a un enfermo es una nueva oportunidad porque se concentra en el presente del ahora eterno. “Sé hijo de este instante”- dijo Thomas Merton. Gracias hermana. Tu enfermedad demuestra la existencia de Dios mejor que cualquier razonamiento. Él ama y actúa en el mundo a través de ti, aún en el mundo, pero inserta ya en la vida de Dios. Simone Weil decía: “la atención absoluta es oración”. Como el ciego del evangelio hoy digo: “Maestro, quiero ver”. César Cid
