
El dolor invalidante no siempre es el generado por una enfermedad grave de síntomas evidentes. He conocido enfermos que expresaban un dolor metafísico – no apelo a la filosofía, sino a la etimología del término- , no reducido a molestias o padecimientos. Quiero hablar de otro enfoque: el dolor que se siente por lo que les ocurre a personas- que sufren- a quienes amamos. Nos duele y lo sentimos como propio porque realmente nos pasa a nosotros también. Esto que parecería intrusión o empatía deformada en cualquier ámbito, en torno a la enfermedad se expresa de manera diferente. Ese dolor desbordante ilumina en nosotros una relación magnífica entre seres humanos desde el amor que no es el eros . Ante la tendencia frecuente a erotizarlo todo aparece el ágape, ese otro concepto que existe solo cuando el que ama se abandona y se da. ¿Y esto es amor?
Es cierto que no hay término más usado… No es lo mismo libertad para amar que amar para ser libre; la frase expresa dos dimensiones bien distintas. Voy a intentar explicarlo: cuando hablamos de amor entre personas que no guardan parentesco, relación filial o conyugal, o ni siquiera amistad, algunas voces lo califican de cursilería. Sin embargo no faltan los exigentes que se incomodan con los males ajenos, incluso tratándose de seres queridos. Entre esta apatía deshumanizada y el amor /ágape, que tiene sentido en Dios, se encuentra la fe. Parece fácil, ¿verdad? Entendido así, si tengo fe será una buena persona capaz de empatizar con todos… No exactamente. Dado que la fe es un don- y en situaciones así lo es especialmente- proporciona al creyente la capacidad de sentir el amor de Dios en el otro, más allá de cualquier límite. En rigor, el creyente que ha encontrado su espacio en el alivio del dolor ajeno, siente tan suyo el dolor del otro- incluso más- como el suyo mismo.
Lo compruebo cada día y lo vivo como un regalo. Me emociona comprobar cómo mis compañeros incorporan la vida del enfermo a la suya, sanamente- a la manera de Dios- y me conmueve comprobar cómo les cambia su propia vida. ¡Es tan diferente el modo de expresar dolor de quienes han experimentado la presencia de Dios personalmente! Nosotros sabemos que las lágrimas de un enfermo son signos de la vida, que solo sorprenden a aquellos a quienes parece no haberles pasado nunca nada… “Me dueles, hermano, porque siento que tu llanto no es anecdótico”. Sólo Dios nos faculta para descubrir que ciertas lágrimas no siempre corresponden a lo que el enfermo expresa. Y que en las lágrimas de los hermanos, llora Dios todos los dolores del mundo. Solo necesitas sentarte al pie de sus camas y abrir tu corazón.
Dedicado a las personas (mis hermanos voluntarios) que me acompañan a acompañar y me enseñan cada día a amar sin medida.
César Cid